
LA DRAMATICA
Desde sus orígenes poéticos, por su naturaleza representativa, el teatro aparece considerado no sólo en su dimensión textual, sino también escénica. El teatro es ante todo espectáculo. Por ello, a la hora de considerar la obra dramática, será necesario atender a todas sus dimensiones. Lo literario es un componente más del hecho teatral. Hay dos polos a tener en cuenta: literatura y espectáculo. En la historia del teatro y de la crítica teatral no siempre se ha valorado de igual modo la importancia del texto o de la representación escénica. Se encuentra ya en Aristóteles alguna reserva a la condición del espectáculo, que probablemente tuvo en cuenta la normativa clásica posterior al devaluar este elemento en sus consideraciones y primar, por encima de todo, el texto. Aristóteles entiende el papel del espectáculo supeditado al texto literario. En la época medieval y la renacentista, el espectáculo y la ejecución escénica rebasa incluso la importancia del texto literario. El teatro barroco extremó las formas, de suerte que lo principal en él fue la captación del público mediante los artificios de la tramoya y de la maquinaria escénica. Los ilustrados entendieron esto como una violentación del verdadero espíritu literario que debía educar más que complacer o provocar lo que llama Luzán. Después, ningún siglo como el nuestro ha dado un lugar tan relevante a la representación y la ejecución escénicas. La revolución dramática del XX ha afectado más a la escena que al texto, de manera que es preciso hablar de géneros de representación más que de géneros literarios.
La representación de la obra dramática contiene, además del texto, otros problemas aparentemente extrínsecos, pero que son realizadores del mundo comunicable representado y que es necesario destacar aquí, pues constituyen un refuerzo, en ocasiones, de la visión dramática del espacio donde se va a efectuar la representación. El espectáculo del teatro empieza cuando la nómina teatral (autor, obra, director escénico, actores, accesorios escénicos) se pone en contacto con un público, en un momento concreto y en un espacio teatral determinado. Las nociones de tiempo y espacio son, pues, determinantes.
Una obra de teatro no se puede ver dos veces de igual manera debido a los elementos subjetivos de los actores, del director, escena y a la composición del público. La representación, así, viene a poseer un papel integrador de los probables elementos dispersos en un drama. La representación se erige como una presencia total, global, del contenido del mundo dramático.
Lugar de representación.
Desde la consideración del teatro como espectáculo, uno de los aspectos más interesantes es la evolución de los espacios escénicos y de los avances en la escenografía. El teatro griego, nacido de las danzas corales representadas en Ática en los siglos V y VI a. C., tuvo como primer marco un espacio abierto cercano al altar del dios Dionisos. Poco a poco aparecieron los bancos de madera para los espectadores que pronto se sustituyeron por una estructura de piedra edificada generalmente sobre la falda de una colina (koilon) a cielo abierto, donde se sentaba la multitud. En el centro quedaba un espacio llano (orchestra), en el cual se situaba el coro. Frente a la koilon se alzaba un muro adornado con columnas estatuas y ante él una plataforma (skene), alzada sobre una columnata llamada proskenion, en la skene se efectuaba la representación. Los actores usaban calzado y máscaras peculiares de cada género: coturnos y máscaras hieráticas y severas para la tragedia, y zuecos y máscaras grotescas en la comedia.
El teatro romano introduce algunas modificaciones: la orquesta quedaba ocupada por los asientos preferentes, por lo que hubo de ampliarse la scaena y a construir cáveas o auditorios con perfecta visibilidad, aunque ya no se aprovecharán apenas los declives del terreno. Los romanos copiaron, sin apenas modificaciones, decorados, vestuario y tradiciones teatrales griegos.
Tras la caída del Imperio Romano, el teatro grecolatino había caído en el olvido general. El teatro, concebido como lujo social, la exaltación de mitos paganos o la expresión de groseras obscenidades, no podía caber en la nueva concepción de una sociedad y cultura teocentristas. Los únicos exponentes de la tradición clásica son los bufones, acróbatas y juglares, hasta que el arte teatral renace en el interior de las iglesias, en las representaciones que conmemoraban el Nacimiento y la Pasión y Resurrección de Cristo. Estas se hacían en el interior de las iglesias, más tarde en los atrios, y finalmente en las plazas públicas, debido a su complicación y a la aparición de elementos profanos. Las representaciones se hacían con algún artificio escénico, bien con tablados de tres pisos (infierno, tierra y cielo), bien distribuyendo la extensión de un solo tablado para los distintos escenarios precisos.
En el Renacimiento se da en Italia un teatro popular que deriva de la tradición pantomímica popular: la Commedia dell'Arte. En ella, existe gran movilidad, la maquinaria escénica consigue efectismos cada vez más complicados. Pero es también aquí, en el renacimiento italiano, donde resurge la tradición teatral clásica. El descubrimiento de las obras grecolatinas y el del manuscrito De Architectura, de Vitruvio, autor latino del s. I a. C., son factores decisivos. Esta última obra será adoptada por los italianos del s. XV como un evangelio. A finales de siglo, aparecen las decoraciones pintadas, el proscenio (pared de fondo) con puertas y decorados, maquinarias y tramoyas. A comienzos del XVI, los estudios de perspectiva dan lugar a los escenarios realistas con casas y calles (teatro Olímpico de Vicenza).
En España, el teatro del Siglo de Oro tiene como marco los corrales de comedias, construidos específicamente para las representaciones. Eran locales a cielo abierto, y se empleaba la luz solar para la representación. De planta cuadrada o rectangular, el corral de comedias constaba de un patio alrededor del cual se levantaban varios pisos de galerías. En uno de los cuatro lados se coloca el escenario, cuya pared frontal disponía normalmente de tres puertas y tres ventanas. A sus pies estaba el degolladero, donde asistían a la representación los mosqueteros o espectadores de a pie, pertenecientes al pueblo llano; las galerías eran ocupadas por espectadores de mayor categoría, especialmente nobles (en algunas ocasiones, oculto tras una celosía, el propio monarca); frente al escenario, en el primer piso, se encontraba la cazuela, donde se sentaban las mujeres, y en el segundo, la tertulia, donde acudían los religiosos y hombres de letras.
La escenografía era inicialmente muy simple, reducida en un primer momento a telones de fondo pintados, para pasar a una gran complicación en tiempos de Calderón. Había, además, un teatro cortesano que se representaba en los palacios de los nobles o en los Reales Sitios. La construcción con el tiempo de locales cerrados dedicados a las representaciones teatrales sigue el modelo de los teatros italianos renacentistas (escenario, foso para la orquesta, platea y pisos en forma de herradura). Esta forma, si bien ya se había extendido durante el siglo XVI, no se impone hasta el siglo XIX, y es la que se conserva aún hoy. El edificio cerrado, supone una total independencia del clima y de la luz natural, y la incorporación de nuevos elementos como la iluminación artificial, y la eliminación de las localidades de a pie.
Es en la primera mitad del siglo XX cuando tienen lugar los cambios e innovaciones más radicales en la escenografía, mediante complicados dispositivos mecánicos; Pero es también en este siglo cuando hay una gran renovación en el arte escénico tendiendo al uso de escenarios casi abstractos, de formas geométricas. Conviven los efectos más espectaculares con la sencillez más desnuda y depurada, sobre todo en el teatro moderno y experimental y, curiosamente, en muchas adaptaciones de los clásicos.
Los elementos dramáticos.
La construcción dramática obedece a los constituyentes del mundo dramático: tensión dramática y representación. Estos dos factores imponen una manera de desarrollar la obra dramática. La tensión dramática debe resolver las fuerzas en conflicto, situaciones y personajes, y llevar al drama a un desenlace. La representación es la consumación de la obra dramática. La puesta en escena realiza la finalidad de la comunicación dramática.
En las obras literarias de género dramático, el elemento determinante y característico lo constituye, sin lugar a dudas, la acción. La acción es un proceso que desarrolla hasta su resolución cada una de las situaciones planteadas en la secuencia dramática y que los personajes, en lucha o confrontación, tratan de resolver. De este modo, la acción lleva consigo una necesidad de solución, esta es la tensión dramática entre situaciones y personajes.
Los personajes, sujetos de la acción, deben ser seres de la vida misma. Estos realizan la acción dramática a través de los actores, que no han de alterar la vida propia del personaje dramático, pues sólo hay teatro cuando los actores asumen la vida y los problemas de los personajes, aunque la ficción teatral no se perfecciona sin el espectador. Las situaciones son los estados fragmentarios de la acción, es decir, cada una de las secuencias en que se representa un momento parcial de la tensión entre los personajes. Son como los cortes sincrónicos que luego engarzados en la línea del desarrollo producen la obra teatral.
La construcción dramática.
Todos los elementos que hemos mencionado, atendiendo a las exigencias de la representación, se integran en sesiones representativas. Estas son los actos y las escenas. Si la obra es la unidad dramática mayor, el acto es la unidad intermedia, y la escena es la unidad mínima de construcción dramática.
Las obras de teatro aparecen divididas en actos, que coinciden con los momentos esenciales de la tensión dramática. Así, nos encontramos con obras divididas en tres actos, que se corresponden con la iniciación, el clímax y el desenlace. Otras pueden estar divididas en cuatro o cinco actos, según los momentos facultativos que se añadan. Sin embargo, no se trata de esquemas rígidos; estos pueden ser alterados. Lo importante es que el drama se guíe por la intención de representación comunicativa con tensión dramática.
Las escenas son los fragmentos marcados por las entradas y salidas de los personajes, y se relacionan con las situaciones parciales que se van engarzando para construir los conjuntos de secuencias correspondientes a cada momento de la tensión. Para comunicar la tensión hay que construir un lenguaje determinado, para ello se utilizan distintas formas de expresión teatral:
El diálogo representa la comunicación abierta entre los personajes que intervienen en la obra dramática, ante la desaparición, en el drama, de un hablante narrador, el diálogo se convierte en la forma básica de expresión. Cada personaje se expresa directamente y manifiesta su individualidad para distinguirla de las demás. El diálogo va modelando, de esta manera, los caracteres de los propios personajes, permitiendo al espectador conocer lo externo, lo aparente o lo profundo de quienes afrontan las situaciones dramáticas.
Por medio del monólogo, que, generalmente, realiza uno de los personajes que queda a solas en el escenario, aflora su mundo interno, oculto, ignorado por los demás integrantes del drama. Son aquellos pensamientos o reflexiones que quizá en ningún momento podrían ser transmitidos a otros personajes. En ocasiones, el monólogo contiene el secreto del desenlace o la decisión que lleva al clímax.
Los géneros dramáticos.
Las obras dramáticas se clasifican según la virtud específica de cada una de ellas, es decir, según el tema tratado y los personajes que intervienen en la misma. Valle Inclán aportó una plástica clasificación de los tres géneros dramáticos. Para él, en la tragedia el autor considera a los personajes superiores a la naturaleza humana (los mira de rodillas); en el drama les atribuye la común naturaleza humana (los mira frente a frente); y en la comedia los juzga inferiores a él, burlando o ironizando sobre ellos (los mira desde arriba).
Además de estos tres géneros mayores, que se corresponden con las categorías estéticas de lo trágico, lo cómico y lo patético, R. Lapesa distingue también una serie de géneros menores y obras dramáticas musicales.
Orígenes del teatro y de los géneros.
La voz teatro se emplea, principalmente para aludir a todos los géneros escénicos. De todos los géneros literarios es el que cuenta con más larga historia. Sus orígenes se remontan al antiguo Egipto y a Grecia. En Egipto, hacia el 3000 a. C., la entronización del rey y su jubileo se celebraban con la representación de su divino nacimiento y su coronación, por medio de actores-sacerdotes. Un ejemplo de ese teatro simbólico religioso es la Pasión de Abidos, en la que se representaba la muerte y resurrección de Osiris.
Los orígenes del teatro griego se enlazan con el culto tributado a Dionisos, dios del vino. En sus fiestas, las gentes cantaban poemas relativos a las leyendas del dios y a las desdichas de los héroes; estos himnos, tumultuosos en un principio, se llamaban ditirambos, y en ellos alternaban un solista y un coro. Bien porque los que integraban el coro solían disfrazarse de sátiros, bien porque se inmolaba a Dionisos un macho cabrío, animal enemigo de la vid, el ditirambo acabó por tomar el nombre de tragedia "canto del macho cabrío". El solista se convirtió en representante, pues en vez de narrar los hechos del héroe, asumió el papel. Más tarde se introdujeron otros personajes, primero un antagonista al que se fueron sumando otros.
Entre tanto, la tragedia de dignificó, haciéndose más grave y presentando como nota esencial la lucha del protagonista contra el destino aciago. El coro era un personaje colectivo que alguna vez tomaba parte en la acción, pero generalmente permanecía al margen expresando los sentimientos de la comunidad ante la actitud y desgracias de los héroes. Los tres grandes trágicos griegos: Esquilo (religioso), Eurípides (choque violento de pasiones) y Sófocles (pjes. Grandeza moral).
No hay comentarios:
Publicar un comentario